Día de la mujer trabajadora.

DIÁLOGO PÓSTUMO DE UN HIJO A SU MADRE TRABAJADORA

A menudo decimos que el tiempo pasa tan rápidamente que no nos damos cuenta, y la llegada simbólica del día 8 de marzo es como una de esas pequeñas bofetadas que nos hacen conscientes de la realidad: que el mundo es realmente mundo por la existencia de la MUJER TRABAJADORA.

 

Una de las incógnitas de la razón humana es cuando se produce el cambio entre lo que fuimos y aquello que esperamos ser. Somos lo que hemos vivido y es precisamente esa memoria la que nos alimenta el presente. Pero de pronto llega una tentación, cae una cortina, se quiebra un espejo, se va la luz antigua y empezamos a saber quienes somos a la claridad de una llama. 

 

No puedo, sin más, destapar el baúl de mis recuerdos para traer a mi memoria aquellos momentos de mi niñez, cuando sentía el quehacer cotidiano de MI MADRE, una mujer que dejó su médula femenina en todo aquello que emprendía. Vaya, por tanto, este escrito epistolar a su figura, como homenaje póstumo.

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- Si lo vieras, MAMÁ, Como lo estoy viendo yo ... 

 

– Ya lo oigo por ti, MAMÁ: ¿no eras tú mis ojos? 

 

– ¿Pueden las palabras hacer ver? Dicen por ahí que una imagen vale por mil palabras. Eso son los mequetrefes que no saben que las imágenes son también palabras. Ahora, oyéndote por las noches oscuras, no sólo veo lo que fuiste, que siento cómo lo toca a tu corazoncito, que vale más. ¿Quién es ése al que estás viendo? Porque parece que es uno. 

 

– Uno, sí: te veo a ti, que te pasas quieto ahí todos los días, sentado delante del ordenador, con la cara pálida entre las greñas verdeándole de los relumbres del monitor.

 

– Se ve, MAMÁ, que me conoces. 

 

– Te he encontrado algunas veces en el ocaso de las tardes frías. 

 

– Y ¿te he hablado? 

 

– Más bien no; porque eres algo tímido o retraído. 

 

– Pero que me habré quedado prendado de ti, seguro: ¿quién no va a quedar, MAMÁ, cuando salías con tu falda de luto pasado y tu rostro atravesado de flecherías?

 

– Gracias, por tu imagen: recuerdos de cuando andabas conmigo y me querías tanto, antes de meterte en ese antro médico a velar tus ojos de mujer herida.

 

– Y ¿qué haces ahí, hora tras hora? 

 

– Pues ya sabes: navegando. 

 

– Ah, navegando. Se ha hecho ya eso tan corriente, que, cuando se dice «navegando», ya se sabe que es en el mar de la Red, el Mar de las Informaciones. Y tu chico ¿cómo navegas? ¿Así al azar, a lo que salga? 

 

– No, ¡qué va! Voy a la busca de cosas que me interesan; y me han dicho (fíjate) que hasta se dispone para eso de varios buscadores. 

 

– ¿Y qué es eso? 

 

– Pues es que, como la Red se ha hecho tan inmensa, tan millonaria de páginas o casillas de toda clase de informaciones, hay que acudir a unos sitios que están dedicados a orientar y dirigir al navegante hacia las siglas y lugares donde pueda dar con datos pertinentes a lo que quiera. 

 

– Debe de ser un trabajo, un aburrimiento... 

 

– No lo creas: dentro de la pereza que me cuelga de los ojos, me entusiasmo con la búsqueda; y, como además son ya muchos los buscadores y nada fácil dar con el más propio, hay también un buscador de buscadores que me ayuda aún más. 

 

– ¡Madre amantísima de las ánimas del Purgatorio!, pero y ¿no se te ocurre lo que la gente sabe por lo bajo, que, cualquier pez que sea bueno de verdad, cualquier descubrimiento que valga la pena, está por ello mismo fuera de la red? 

 

– Y de la pena, sí: encuentro lo que no busco, que decía el otro. Pero es que estoy tan aquerenciado con el invento y sus laberintos... 

 

– ¿No podrías tú, MAMA, liberarme amorosamente de la querencia? 

 

– ¿Cómo? 

 

– ¿Podrías tal vez coger un pisapapeles y tirar con buena puntería, a ver si rompes el cristal y hasta la pantallita, ¿no? 

 

– Muchas ganas me dan. Pero ¿qué va a ser de ti, pobre, si te quedas sin tu mundo? 

 

– Ah, eso ya me lo dijeron y mira cómo estoy.

 

- Y hoy, ¿qué vemos, tú por tu ventana y yo por tu voz y los milagros de la informática?

 

– ¿Cuándo querrás, MAMÁ, abrir los ojos y volver conmigo a ver el mundo? 

 

– No es cuestión de que yo quiera, sino de que se dejen ellos. Ya veremos. Pero, en tanto, díme: ¿qué se ve hoy en tu calle? 

 

– Estoy ahora viendo en dos de los pisos de enfrente (pero llevo todo el día viéndolo en otros) mujeres bulliciosas que no paran de trabajar.. 

 

– Ah, claro: como es víspera de la MUJER TRABAJADORA

 

– Pero ¡cuántas, MAMÁ, si vieras!, ¡qué derroche de armonía! 

 

– De siempre viene esa costumbre de adecentar los hogares cuando se aproxima una fiesta especial y que les hagan compañía las vecinas a la par. 

 

– Ya, maliciosa. Pero lo que me asombra es que cada año es más el derroche y más el lujo con que preparan sus aposentos.

 

– Y ¿qué te asombra tanto en eso? 

 

– Me asombra que cada año, en cambio, con el progreso de la Ciencia, sean tan menesterosas y detallistas. 

 

– Si, que ya es como antiguallas del tiempo de los bisabuelos aquello de las mujeres cuidadosas. 

 

- ¡Cuanto te echo de menos! Recuerdo los buenos tiempos, cuando comprendí que eras mi razón de ser. Cada mañana echabas a rodar tu sonrisa eterna, tu cariño; y salías a la calle con los pies en las palmas de las manos camino del negocio que montaste para sacar adelante a tus hijos. Incluso en las situaciones más adversas, eras capaz de ganarle una apuesta a cualquiera jugándote la vida.

 

- Sí, mamá, sí, de niño aspiraba a ser ilusionista y, ahora que casi lo tengo en la mano, sería pecado tirarlo por la borda, aunque comprendo que aquél fue un sueño de hace mucho tiempo, cuando era más joven que la muerte...

 

- ¡Adiós MAMÁ!

 

- Adiós hijo, sé que tu futuro será rico y feliz en tu nuevo nido.

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